Período 1930-1950
A fines del siglo XIX, los Estados
Unidos se convirtieron en una potencia mundial, se expandió por
motivos económicos y estratégicos. Esto ocurrió en el auge de la era del imperialismo,
periodo en el que se acelero la expansión de los países industriales, que
conquistaron y dominaron política y económicamente estados fuera de Europa,
estableciendo colonias formales informales.
Esto revitalizo la doctrina del “destino
manifiesto” de los Estados Unidos.
Aprovechando hechos especiales como en el
caso de Cuba y Panamá para intervenir en sus territorios como también fijar
políticas especiales como la política “del garrote” que luego fue sustituida
por la política “del buen vecino”.
Desde finales del siglo XVIII y
principios del XIX los Estados Unidos vieron la necesidad de asegurar sus
intereses en el continente ante la constante presencia de las potencias
europeas. La política llevada a cabo para la compra de Luisiana y la expansión
hacia el oeste son muestras de que los Estados Unidos estaban llamados a
constituirse en un poder hegemónico en el hemisferio occidental. El
intervencionismo norteamericano en América Latina hay que enmarcarlo siempre en
el contexto de las relaciones internacionales no solo continentales, sino
extracontinentales. A lo largo de la historia el intervencionismo
norteamericano en el resto del continente se ha manifestado de muy diversas
formas: desde el intervencionismo militar, hasta el económico, pasando por el
diplomático, el político y el cultural.
La crisis mundial de 1929 alcanzó de
inmediato un impacto devastador sobre América Latina, cuyo signo fue el derrumbe, entre 1930 y 1933, de
la mayor parte de las situaciones políticas.
Las
consecuencias de la crisis fueron: derrumbe del sistema financiero mundial; contracción
tremenda de la producción y el comercio; disminución de los tráficos
comerciales internacionales a menos de la mitad; situación como deudora morosa
y arruinada; insolvencia de Europa, devastada por la primera guerra mundial y
dependiente del crédito norteamericano; agravamiento del desequilibrio
financiero; castigo a los países insolventes con la suspensión de nuevos préstamos;
transformación de EE.UU. en la única gran potencia económica, que adopta normas
comerciales extremadamente proteccionistas; transformación del Estado en el
agente comercial de cada economía nacional.
Los resultados fueron el deterioro de los términos de intercambio para
los países latinoamericanos, especializados en la provisión de productos
primarios; reorientación de los recursos humanos y de capital hacia la
actividad industrial; colapso del mercado interno para los bienes de consumo
que ya no será posible seguir importando; intervención del Estado por vía
autoritaria, fijando precios oficiales y cupos máximos de producción y
organizando la destrucción de lo cosechado en excesos, a veces sin indemnizar a
los productores; en algunos Estados, concentración del contralor de los
contactos comerciales y monetarios con el exterior, en juntas reguladoras o
bancos.
La guerra en Europa también ocasionó el
cese del flujo de inversiones extranjeras directas procedentes del Viejo Mundo.
Estados Unidos, neutral en la primera guerra hasta 1917, aumentó su inversión directa en América Latina,
particularmente en la extracción de materias primas estratégicas, pero no
estuvo en condiciones de incrementar sus préstamos en cartera hasta la década
de 1920. Sin embargo, los bancos estadounidenses, que habían tenido prohibido
por ley invertir en filiales extranjeras hasta 1914, comenzaron a establecer
sucursales en América Latina: en 1919 el National City Bank, el primer banco
multinacional de Estados Unidos, tenía cuarenta y dos sucursales en nueve
repúblicas latinoamericanas (BETHELL 11 Pág. 5)
El mayor beneficiario de esta restricción
fue Estados Unidos que era ya el principal proveedor de México, América Central
y el Caribe. Con la guerra se convirtió en el mercado más importante para la
mayoría de países latinoamericanos, mientras que su porcentaje en la
importación alcanzaba un 25 por 100 en América del Sur y casi el 80 por 100 en
el Caribe (incluido México). La coincidencia fortuita de la apertura del canal
de Panamá a comienzos de la guerra, cuando el comercio transatlántico empezaba
a hacerse peligroso y difícil, permitió a las exportaciones de Estados Unidos
penetrar los mercados de América del Sur que antes habían sido aprovisionados
por Europa, y en especial, por Alemania. La red de sucursales de bancos
norteamericanos que siguió a este intercambio, se sumó a un agresivo esfuerzo
diplomático en apoyo de las empresas estadounidenses, lo que aseguraba que el
advenimiento de la paz dejaría a los Estados Unidos en una posición hegemónica
en los países latinoamericanos más cercanos y en una posición fuerte en los
restantes de la región.
El eclipse de Alemania como comprador no sólo
contribuyó al ascenso de la importancia de Estados Unidos, sino que suavizó el
declive de Gran Bretaña, la cual retuvo su preponderancia en el comercio con
Argentina, que era con mucho el mercado más grande en América Latina y que se
mantuvo como el Estados Unidos en una posición hegemónica en los países
latinoamericanos más cercanos y en una posición fuerte en los restantes de la
región.
(BETHELL
11 Pág.6)
Es cierto
que en el continente soplaba un viento militar. En vísperas de la segunda
guerra mundial, la mayoría de las repúblicas de América Latina eran gobernadas
por militares, a la vez que varias naciones que en apariencia eran controladas
por civiles tenían a un general por presidente (Uruguay y México) o eran
gobernadas por regímenes que eran fruto de «revoluciones» en las cuales los
militares habían desempeñado un papel clave (Brasil y Argentina)
(BETHELL Pág. 282)
No hay
que subestimar el efecto del contexto internacional en los fenómenos políticos
nacionales durante el decenio de 1930 y, sobre todo, después de la segunda
guerra mundial, especialmente cuando se analiza el comportamiento de
instituciones cuya tarea es por definición la defensa nacional. Un estudio de
la gran variedad de respuestas que en América Latina se han dado a estas
limitaciones externas forzosamente arrojará luz sobre los mecanismos generales
del poder militar así como sobre las particularidades nacionales.(BETHELL Pág. 283)
Así,
Nicaragua, la República Dominicana, Cuba y Haití (aunque no Guatemala ni El
Salvador), que empezaron tarde la construcción del estado, en los comienzos del
siglo XX apenas habían salido de las guerras entre clanes y caudillos. Todas
estas naciones pasaron por un largo período de ocupación norteamericana, cuya
finalidad, según el «corolario (Theodore) Roosevelt de 1904» de la Doctrina
Monroe, era poner fin a lo que, al modo de ver de Washington, era un
desmoronamiento general de la sociedad civilizada. Los Estados Unidos, antes de
retirar su «protección», se esforzaron por crear en estos países cuerpos de
policía uniformada local cuyos oficiales pertenecían a la infantería de marina
norteamericana. A juicio de su creador, estas guardias nacionales tenían que
ser independientes de las facciones locales y poner freno a los «ejércitos»
privados, con lo cual garantizarían el orden, la paz y la defensa de los
intereses de los Estados Unidos.(BETHELL Pág. 284)
En algunas repúblicas más grandes, la
fiebre por nuevos préstamos alcanzó las proporciones de una epidemia durante el
proceso llamado la «danza de los millones». Se hizo poco esfuerzo para que los
fondos fueran invertidos productivamente en proyectos que pudieran garantizar
el pago en divisas, y el nivel de corrupción alcanzó dimensiones grandes en
unos cuantos casos. Los funcionarios de Estados Unidos podían ocupar las
aduanas de los países latinoamericanos con afanes de rectitud fiscal, pero
tenían un control nulo o mínimo sobre los banqueros de su propio país que
continuaban emitiendo bonos para cubrir el déficit cada vez más grande del
sector público (BETHELL11
Pág. 8)
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